
Arriba: Esthercita (al centro) y sus compañeras de cuarto, haciendo quehacer en el internado de Naborito, Japón (aproximadamente 1941.)
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Mi mamá hubiera cumplido 93 años este mes; el año pasado, un poco después de su muerte, compartí algunas historias y recetas de su infancia en el pueblito minero de Agujita, en el estado de Coahuila, México (aquí están los enlaces en texto marcado Parte I, Parte II y Parte III). Para continuar celebrando su vida en este el mes de su cumpleaños, quisiera compartir otra historia y receta. Cuando yo misma era niña (en la Ciudad de México), eschuché éstas y muchas otras anécdotas, sentada con mi mamá en su cocina, las cuales llenaron mi imaginación con imágenes pintorescas de México (y otros paises), y me motivaron a siempre seguir adelante, y nunca dejar de aprender cosas nuevas ¡Gracias, mami!
Era el año de 1939, y Esthercita (mi mamá, descendiente de japoneses) habÍa recién completado su educación primaria en la escuela pública “Art. 123 Amado Nervo” en Agujita, Coahuila. En aquel entonces, no había escuelas secundarias en el pueblo, así es que sus papás habían decidido mandarla a estudiar la secundaria en la Ciudad de México, y a quedarse con un primo. Justo al mismo tiempo, sucedió que una familia de amigos japoneses del pueblo cercano de Allende fue a despedirse porque las hijas adolescentes se iban a un internado en Noborito, una pequeña población en las afueras de Tokio, Japón, a principios del siguiente año. Mi mamá se emocionó mucho porque se le ocurrió que, en lugar de irse a la Ciudad de México, quizá mejor se pudiera ir con sus amigas a Japón. De ahí empezó una intensa campaña para convencer a sus papás; su mamá estaba preocupada por la situación mundial, con Japón ya en guerra con China (y por supuesto el conflicto a punto de estallar en el Pacífico), pero como la familia de todas formas pensaba vender el negocio en México (una tienda de abarrotes) y regresarse a Japón en un par de años, lo más lógico sería en efecto mandar a Esthercita de una vez, para que empezara a aprender el idioma y ambientarse con la cultura. Los chaperones del viaje fueron una pareja sin hijos, que vivían en la ciudad de Piedras Negras, Coahuila. La pareja había planeado el viaje para asistir a los Juegos Olímpicos de 1940 en Tokio; para entonces, Japón ya había decidido abandonar la idea de ser la cede debido a la guerra con China*, pero la pareja de chaperones siguió con su plan para ir a visitar familiares y cumplir con su tarea de llevar a los menores a su destino.
Después de unos meses de mucha planeación, a principios de Febrero de 1940, mi abuelo se quedó en casa con los tres hermanitos de mi mamá, y ella y mi abuela se subieron al autobús para Piedras Negras a las 6 am; la ruta cruzaba la calle de Comercio, justo enfrente de la casa y tienda de mis abuelos (“La Japonesa”), así es que lo esperaron afuera de la casa. El autobús hizo varias paradas: primero, Rosita y Nava; luego Allende, un pueblo más grande, más bien ciudad, aún entonces, donde la agricultura estaba fuerte y habÍa campos de mucho camote. Finalmente, depués de seis horas, llegaron a Piedras Negras como a mediodía. Los demás ya estaban congregados, y todos cruzaron juntos un puente, a pie, para atravezar el Río Bravo, a la ciudad estadounidense de Eagle Pass, en Tejas. Almorzaron ahí y luego fueron de compras; como el Día de San Valentín se aproximaba, había muchas cajas de chocolates muy adornadas con moños rojos brillosos, muy elegantes, y las tiendas estaban decoradas con corazones. En aquel entonces no se celebraba en México, y mi mamá estaba muy impresionada por la variedad de productos en las tiendas, ya que ella nunca había cruzado la frontera a los Estados Unidos.
Mi abuela se tuvo que despedir para regresar a Agujita, y mi mamá supo que ya no la vería a ella, ni al resto de su familia por un tiempo, pero pensó que sería a lo mucho como un año, en lo que vendieran la tienda y pudieran reunirse todos en Japón. Mi mamá y su grupo siguieron su viaje hacia la costa del Pacífico en tren hasta California, todavía en Estados Unidos, y de ahí tomaron el barco para llegar a Yokohama en Japón, en Marzo de 1940. Los primeros meses fueron muy emocionantes, llenos de aventuras y decubrimientos en la escuela (Mizuho Gakuen ) y el dormitorio (Ume Ryo).
Arriba: Mi mamá (la niña de la izquierda) y sus amigas de Allende (las otras dos niñas) y otros estudiantes. La inscripción de la foto de mi mamá dice: “una sonrisa adorable, una mirada prudente que a nadie se le puede escapar.” (Mizuho Gakuen Ryoyukai, anuario 1941)
Esthercita seguía en el internado cuando, en Diciembre de 1941, la directora les comunicó que Japón había atacado Hawai (Pearl Harbor) sin declarar oficialmente la guerra a los Estados Unidos. México entró a la guerra poco después, en Mayo de 1942, provocado por el hundimiento, por parte de los alemanes, de dos de sus barcos petroleros dirigiéndose a los EUA. Mi mamá pasó la Segunda Guerra Mundial en Japón con parientes y amigos, y ya de adulto joven, trabajó en Tokio con los estadounidenses durante la ocupación hasta que pudo tramitar un nuevo pasaporte mexicano; su familia nunca pudo irse a Japón, y tuvieron que irse a la Ciudad de México durante la guerra, donde finalmente se reunieron todos en Febrero de 1949, no uno, sino casi exactamente 9 años después de que mi mamá y la de ella se hubieron despedido.
* NOTA: Los Juegos Olímpicos de Verano de 1940 terminaron suspendiéndose debido a la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, exactamente 80 años después, la ciudad de Tokio se ha visto forzada a posponer los Juegos Olímpicos de Verano de 2020, debido esta vez a la pandemia (¿se irán a cancelar también?) Para mí es todavía más extraño porque, primero, mi mamá se fue en Febrero de 1940 a Japón, sin familiares, y Tokio se suponía que iba a ser la cede de los juegos, y no sucedió por una crisis mundial; ahora, una de mis hijas se fue a Japón para trabajar, en Febrero de 2020 (hasta casi el mismo día, 80 años después que su abuelita), y los Juegos en Tokio otra vez se cancelaron, igual por una crisis mundial. Claro, mi hija ya es adulto joven, y tenemos internet, vuelos comerciales y toda clase de sistemas de comunicación muy modernos, pero las similitudes son de llamar la atención.
Mi mamá una vez mencionó que en el viaje en autbús a Piedras Negras, muchos vendedores estaban ofreciendo comida en las paradas, probablemente por la variedad de productos del campo en la zona, y la cantidad de viajeros en camino a la frontera con los Estados Unidos. Se acordaba especialmente de Nava, donde vio mujeres con sus canastas de mimbre, vendiendo empanadas de calabaza y camote con especias.
Estas empanadas son tradicionales en Coahuila y en otros estados del Norte de México, como Sonora. La masa es especial, porque se le agrega canela y se hace con levadura, resultando en una pasta suave y esponjosa, con una buena dosis de olores y sabores maravillosos para este tiempo otoñal.
Pumpkin and Sweet Potato Patties –
Empanadas de Calabaza y Camote
Los enlaces para recetas están en el texto marcado. Si se desea tener las recetas en español, por favor dejar un comentario y con todo gusto las traduciré (lo mismo que cualquier otra entrada o receta en el blog):
Pumpkin and Sweet Potato Patties

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